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martes, 15 de febrero de 2011

Demasiada Felicidad, de Alice Munro


Hace veinticinco años Raymond Carver (el “Chéjov americano”) se refería a Alice Munro como “la magnífica escritora canadiense que lleva años escribiendo alguno de los mejores relatos que se pueden leer en la actualidad”, y eso ha seguido haciendo la que después llamaron “Chéjov canadiense”, hasta que hace unos años anunció que “La vista desde Castle Rock” (2006) sería su último libro, que dejaba la literatura a sus setenta y cinco años.


Afortunadamente sus propósitos no debían de ser muy firmes porque tres años después regaló a sus lectores una nueva prueba de su maestría, editada ahora en castellano.

Se abre este conjunto de diez relatos con el impactante “Dimensiones”, en el que casi estamos a punto de compartir con la protagonista que la desesperación y el dolor ante la ausencia de lo más querido puede hacernos buscar consuelo hasta en lo más odiado, si, aun en contra de toda lógica, eso nos permite estar cerca de lo perdido.

Como es frecuente en sus textos, las acciones del pasado tienen sus consecuencias en el presente, aunque, a veces, en lugar de determinarlo, nos ayudan a entenderlo mejor. Así ocurre en “Ficciones”, donde es la obra de una joven escritora la que enfrenta al personaje principal con sus pasadas actuaciones en un doloroso proceso de ruptura ya superado; o en “Radicales libres”, en el que el pasado, aunque mediante una inversión de papeles, permite salvar la vida de su protagonista.

También encontraremos aquí el habitual compromiso de Munro con los problemas específicos de la mujer; así, los personajes femeninos llevan el peso de la acción, presentándose en sus distintos momentos vitales: desde jóvenes crueles o frívolas, hasta ancianas con suficiente vitalidad para enfrentar lo que aun les depare la vida, pasando por madres atormentadas o dispuestas a apoyar a sus hijos incondicionalmente.

Los masculinos, casi siempre secundarios, corresponden en muchos casos a tipos detestables: el marido violento, el padre que desprecia a su hijo por tener un defecto físico, el voyeur adinerado, el hijo ruin y desagradecido, o el asesino y ladrón de ancianas. Y aunque no todos son así, sí queda patente esa distinta forma de enfrentar la vida que expresa uno de sus personajes: “Cuando un hombre sale de una habitación deja todo detrás, cuando una mujer lo hace lleva todo lo ocurrido en esa habitación con ella”.

En esa línea de compromiso se inscribe el último relato, que da nombre a la colección, y en el que, al igual que hizo Carver describiendo los últimos días de la vida de Chéjov (el auténtico) en su relato “Tres rosas amarillas”, Munro nos cuenta aquí los últimos días en la vida de Sofía Kovalevski, la matemática rusa, luchadora por la emancipación de la mujer, que consiguió, con su capacidad y perseverancia, abrir a su género las puertas de la docencia en las universidades europeas, persistentemente cerradas en su época, y de cuya muerte se cumplen ahora ciento veinte años.

En resumen, un magnífico conjunto de relatos del que podemos decir, como Carver al referirse a sus relatos preferidos: “De vez en cuando, puede que alguien asocie algo de lo que le pasa con lo que ha leído aquí. Si la escritura o la lectura no sirven para algo así, ¿de qué estamos hablando?”.



Rafael Martín
rafamarting@gmail.com

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